LA LEYENDA DE REMO
(PARTE I)
La ciudad de Remo era conocida en todo el continente por sus famosas y peculiares murallas de huesos, las cuales rodeaban toda la urbe, y por la solitaria torre que emergía en el centro del lugar. Vista desde lejos, Remo se asemejaba a un volcán. Sus murallas no eran muy ortodoxas (no eran murallas propiamente dichas), y no podía ser de otra manera ya que no fueron construidas por las manos del hombre. No eran paredes verticales con pasarelas en lo alto desde las que los vigías pudiesen montar guardia, eran más bien como las laderas de una montaña, en cuyo interior como si de un pozo se tratase se encontraba Remo.
Sólo existía una manera de entrar y salir de la ciudad, y era
sobrevolando la pared de huesos. Intentar escalarla era inútil, los
huesos acumulados no estaban pegados unos a otros, simplemente estaban superpuestos, por lo que cuando alguien intentaba ascender por ella lo único que lograba era removerlos y que una pequeña avalancha terminase por enterrarles vivos, contribuyendo así irónicamente a la manutención del muro. Los únicos seres capaces de subir por ella sin sufrir consecuencias eran las lombrices y otros pequeños insectos, los cuales habían hecho de la muralla su hogar, pues los restos de carne que aun albergaban algunos huesos proporcionaban un hogar perfecto para esos animalillos, protegiéndose entre los recovecos.
En los al rededores apenas quedaban en pie las ruinas de algunos
pueblos deshabitados desde hace siglos. La tierra rebosaba fertilidad, año tras año la hierba y los árboles crecían sin nada ni nadie que se lo pudiese impedir. Cuanto menos, el contraste entre esa fortificación y lo que se cernía a sus pies era curioso.
En torno a ese lugar pasaban varios riachuelos, uno de ellos con mayor caudal conocido como “Río Tañir”, por el que de vez en cuando se atrevía a navegar algún marinero que comerciaba con artículos de todo tipo, desde oro hasta chanclas hechas a base de esparto, alpiste para las gallinas de los campesinos o puñales y martillos para los mismos, así como otros utensilios de gran variedad y utilidad. Generalmente esos comerciantes solían ir escoltados por una pequeña flota de brulotes, los cuales portaban en lo alto de manera algo macabra pilas de cadáveres de los soldados recientemente caídos en batalla, o fallecidos por otras causas, a modo de cebo, pues la ciudad de Remo era conocida también por ser el hogar de Oráculos y de sus mascotas,
las mantícoras. Era sabido por todos que las mantícoras salían al
menos dos veces al día del “pozo” de Remo a buscar alimento. Al
principio sólo se alimentaban de las reses y demás ganado de la zona, pero con el tiempo la voracidad de estas criaturas no la pudieron controlar ni siquiera os que se creía que eran sus dueños, los oráculos... cuando acabaron con todos los animales del lugar,
comenzaron a dar caza a los humanos de los pueblos más próximos, expandiendo cada vez más su rango de caza.
Las mantícoras no eran malas por naturaleza, simplemente eran
criaturas grandes con las mismas necesidades que cualquiera de
nosotros: desayunar, comer o cenar, nada que ninguno pudiera criticar, aunque el espectáculo fuera dantesco.
Huelga decir a estas alturas, que la famosa muralla de Remo era el
resultado de la acumulación de los restos de los almuerzos de esos
gatos alados a lo largo de siglos y siglos. Aun nadie sabe por qué los oráculos son los únicos habitantes de Remo que permanecen con vida hasta la fecha. Los rumores dicen que deben ser caníbales, que al igual que se reproducen entre ellos, ellos mismos se devoran unos a otros para subsistir.
A decir verdad, Remo era una ciudad en origen, pero hace mucho tiempo que dejó de serlo. El único edificio que albergaba vida era la Torre que se erigía en su centro habitada por los oráculos, todo lo demás, fue naturalmente devorado por las mismas mantícoras que arrasaron con los alrededores.
Salvo lo que se puede ver, todo lo demás que se sabe de Remo, los
Oráculos y las Mantícoras es un misterio, sólo mitos, rumores y
leyendas dan forma a su origen.
Algunos dicen que en épocas antiguas, Remo era una ciudad como
cualquier otra en la que no existían las murallas o laderas que hoy la
mantienen aislada. Quizá los primeros oráculos enfurecieron con los
primeros hombres con quienes compartían la ciudad, y que incapaces de soportar su soberbia y afán de poder decidieron castigarles, devorándolos ellos mismos. Se presume que esto corrompió la naturaleza de aquellos oráculos que llevaron a cabo semejantes actos, y que la magia que poseían en su interior derivó en una mutación al ingerir carne humana, dando lugar así a las primeras aberraciones conocidas hoy como mantícoras.
Sin embargo, nadie sabe cuál es la verdad que esconde Remo. La
historia aun está esperando la llegada de un abanderado que pueda
planear sobre la ciudad y desvelar los misterios que forjan la Leyenda de Remo.
@skadi espero la tuya